martes, 18 de noviembre de 2008




No estas dormida. Simplemente miras el techo de tu habitación tumbada en la cama en plena oscuridad. El reloj marca las
diez y veinte de la mañana. Vibra el móvil, y, como el toque de un despertador,
te levantas. Un mensaje. Lo lees. “Llueve. Feliz día de lluvia..sht”. Cierras
los ojos, ahora si. Y descansas la mirada acostumbrada ya al color negro que
invade tú alrededor. No sabes como pero escuchas esa voz recitando las palabras
mágicas. Escuchas el siseo de alguien pidiendo silencio. Pero un silencio
cómodo, un silencio placentero, un silencio próximo, un silencio que inspira
paz, tranquilidad. Como si en vez de haber leído el mensaje, lo hubieras
escuchado, vivido. Como si alguien, antes de marchar, antes de salir de casa,
hubiese entrado en tu habitación, mientras dormías (o lo hacías ver), a desearte
un buen día. Y crees, realmente, que esas palabras te las ha silbado alguien en
el oído. Abres los ojos. La oscuridad no es la misma. De repente, entre tanto
silencio, notas como si hubieras vivido un sueño, o peor, como si fuera
realidad, como si el mundo se hubiera dado la vuelta y te hubieras imaginado que
lo estabas leyendo cuando en realidad esa persona existía y se acaba de ir. Como
si esa persona fuera real, recién levantada de tu lado, calor de tu calor,
cuerpo de tu cuerpo, preparada para ir a trabajar. Pero sabes que es mentira.
Siguen siendo palabras en una pantalla con luz. No te crees que este lloviendo,
así que te pones en pie y decides levantar la persiana. Y lo ves. Si, llueve.
Esta lloviendo. Y sabes que vas a levantar todas las persianas de las ventanas
de tu casa, para que puedas empaparte la vista y llenarte de este genial día de
lluvia.